martes, 22 de mayo de 2018

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jueves, 10 de mayo de 2018

Ya llega LA SERENDIPIA




Sinopsis

¿Puede un inoportuno accidente convertirse en el medio para una felicidad que no esperabas?

El azar parece confabularse contra la detective Zoe Barton, o ¿es de Zachary de quien pretende burlarse?
Un inesperado suceso obliga al “musculitos” y la “insufrible” a compartir un único camino… y casa.
Tras el divorcio, un allanamiento y la aparición de un cuerpo mutilado, la detective Barton debe encaminarse en la búsqueda del asesino con la presencia impuesta de un hombre cuya auténtica naturaleza desconoce.
Por su parte, Zachary tendrá que dejar de lado su libertad y apartada vida para verse atado a esa mujer, y no es, para nada, lo que desea.



Sed bienvenidos al duelo entre Z y Z.

¿Habrá tablas?

domingo, 12 de noviembre de 2017

La espera



—Deberías sacarte los pantalones, te vas a helar.
Por toda respuesta, se lleva una mirada con cierto resquemor de mi parte. No estoy dispuesta a darle el gusto. Todo es por su culpa y su empeño de salirse siempre con la suya.
Primero: su cabezonería por llevarme hasta casa en lugar de dejarme coger el tren; segundo: su empeño en tomar su coche «nuevo», en vez de seguir el consejo de su madre y su hermana y usar el coche familiar; tercero: tras un divertido pinchazo del neumático trasero izquierdo, aquí el machote me soltó que conocía un atajo entre los dos pueblos y que en quince minutos estaríamos en la estación y llegaría antes a casa que esperando el arreglo del coche.
Negativa tras negativa y cabezazo tras cabezazo, aquí el colega ha hecho lo que le ha dado la real gana y, como no, hemos acabado perdidos en mitad de ambos pueblos y en plena sierra, lo que nos trae hasta aquí. Una puñetera cueva, o algo similar, pues más bien parece una madriguera entre rocas, donde tendremos que esperar a que deje de llover para tratar de orientarnos, ya que los móviles están sin cobertura en esta zona.
—Mírame como quieras, pero al menos estamos resguardados.
—Hasta que venga su dueño y se nos meriende, eso sí, estaremos a cubierto cuando pase.
—Pero ¿de qué hablas?
—De que, por si no te has fijado, esto es la madriguera de algún animalillo del bosque, y casi seguro que volverá.
Una sonora risotada escapa de sus labios.
—Perdona, pero aquí el animalillo tiene nombre y se llama Eric, si no te importa.
—¿Qué puñetas significa eso?
—Que este sitio lo hice yo, es mío y sé dónde estamos, pero sin paraguas y con la que está cayendo no es para nada recomendable que sigamos. —Me quedo totalmente perpleja. Todo esto cada vez es más raro—. Y ahora deberías quitarte algo, te vas a enfriar si…
No termina la frase y me lanza una mirada que jamás imaginé que vería dirigida a mí de su persona, no por nada, es que no ha querido hacerme falsas ilusiones. Mi mente de veinteañera se me antoja muy de niña, en según qué momentos, en comparación a la experiencia de los veintiocho que tiene Eric.
—Sonia, va en serio. No quiero que enfermes —diciendo eso se acerca a mí, tanto que mi cuerpo se queda petrificado, así, tal cual.
Él me sostiene la mirada y sus esmeraldas expresan lo que no podré creer en mi vida. Es el hermano mayor de Ana, mi mejor amiga, es mayor que yo, no me ve más que como a una niña; es eso y solo eso. Estoy viendo visiones.
—Si no lo haces tú, lo haré yo.
Un asentimiento es mi respuesta y es seguida por una ola de calor, eso sí, no sé si he afirmado para hacerlo yo, para que me los quite él, o tan solo es lo que la invasión de su perfume masculino provoca en cada célula de mi cuerpo.
Solo sé que sus dedos aferran el cinturón de mis vaqueros sin ninguna duda, sin el menor atisbo de vacilación para sacar el enganche de su ojal y deslizar suavemente el mismo fuera de mi vaquero para sostenerlo ante mí. Me mira y sus ojos solo transmiten fuego, uno tan intenso que se comunica con todo mi ser.
Al mostrarme el cinturón justo frente a mis ojos, puedo ver que ese complemento le provoca cierta satisfacción, pero…
—Esto puede sernos útil, ¿no crees? —dice dejándome totalmente confundida.
—Perdona, no comprendo…
—Pero lo harás. Será tal y como yo diga. Llevas años contoneándote ante mí, años en los que mis deseos se han visto relegados a momentos vacíos y tan solo compensados por el olor impregnado en la toalla de ducha que usabas cuando te quedabas a dormir en casa, o del placer que hallo en cierta prenda de ropa que dejaste olvidada y que creíste perdida. Años de espera… hasta hoy.
Sus palabras me confunden y excitan al mismo tiempo. Y aunque esto es lo que deseo desde que lo conozco, no quita el hecho de que está dando por sentado que voy a hacerlo con él, aquí, sin protección, con un cinturón de por medio y sin poner objeciones.
Doy un paso atrás para poner distancia y enfrentarlo.
—Estás dando por hecho muchas cosas…
—Estoy seguro de lo que veo en tus ojos, de lo que oigo en tu pecho… y de lo que huelo. No puedes negar lo que sientes, lo que hago con tu cuerpo cada vez que me ves.
Me tiene acorralada de nuevo, pero ahora no tengo espacio para retroceder.
—No desperdiciaremos esta oportunidad, Sonia, no puedo…
Aferrando la cinturilla de mis pantalones, y con un solo movimiento, los desabrocha tirando hacia sí y provocando una deliciosa fricción en mi vagina dejándome al borde del comienzo de algo grande.
—Sonia… —susurra—, ahora mando yo.
Solo soy capaz de asentir cuando sus labios se apoderan de los míos en un beso duro, carnoso, ardiente, tanto que me despoja de cualquier razonamiento que quiera llevar a término, pero es demasiado rápido.
Sus manos aferran mis nalgas para pegarme a su dura erección y hacen que mi cuerpo reaccione a su verga con palpitaciones incontroladas y un flujo de calor líquido deseoso de abrazar el miembro masculino en toda su extensión, pero todo se pausa en un segundo, el tiempo que él tarda para retirarse de mí sin miramientos dejándome expuesta…
—Quítate la ropa. —Ni mi cerebro ni mi cuerpo responden. ¿Qué…?—. Ya. Todo fuera. —Su voz suena segura. Él ordena y… ¿tengo que obedecer?
—Eric, no sé a qué…
—Sonia… —me interrumpe—, me muero. Y sea lo que sea lo que pienses de mí, esto que soy, la persona que tienes ante ti, ha sido siempre tuya.
—¿De qué hablas? —Mi voz sale temblorosa con una mezcla de sentimientos que soy incapaz de controlar.
—Tengo cáncer. Está extendido, así que no hay nada que se pueda hacer. Pero ya no quiero seguir hablando de eso, solo deseo tenerte y que sea de la manera en que he soñado.
Estoy aturdida por sus palabras, pero sé que Eric no bromearía con algo así. Lejos me hallo del erotismo ahora, pues no concibo perderlo, pero de una cosa estoy segura: hoy soy suya, mañana haré las preguntas.
Sin apartar los ojos de él, deslizo cada prenda fuera de mi cuerpo, dejando expuesta mi piel ante la tenue luz que hay en el interior de la cueva.
—¿Qué haces contigo? —susurra—. Mi polla lleva años anhelándote y sufriendo, y mi corazón…
—Dile que no llore más, a menos que sea en mí ―expreso interrumpiendo lo que sea que fuese a decir. No quiero meter a su corazón y al mío en esto, no si lo que ha dicho… No con lo que acabo de descubrir.
Sus ojos arden y camina hasta mí mostrándome la correa de mi pantalón. Mi piel se eriza, mi corazón tiembla y las palpitaciones se presentan allí donde lo deseo.
Extiendo las manos y estas son rodeadas por las improvisadas esposas. Me sujeta con ellas y me atrae un poco más adentro en la cueva. Tras alejarse un momento, vuelve con una pequeña manta que extiende sobre el suelo para, a continuación, hacerme una petición silenciosa para que me postre ahí, ante él. Al pasar por su lado me acaricia desde el cuello hasta las nalgas y sin vacilación introduce los dedos hasta rozar cierta entrada prohibida, lo que expone el jadeo liberado por mis labios.
Una vez tumbada sobre el lecho, su espléndida figura se coloca a mis pies y se libera de cada prenda que lo cubre, dejando una verga que no tiene vergüenza, que no tiene envidia y que se alza en toda su longitud.
Se arrodilla delante de mí, abriendo mis piernas y situándose entre ellas. Desliza los dedos por la cara interna de las mismas, haciendo que despierten mis nervios y que la respiración, al igual que la suya, se vuelva desacompasada, deseosa.
«Te quiero dentro.»
Sus dedos rozan los labios vaginales sin apartar la vista de ellos a la vez que los suyos se relamen con la anticipación de lo que su mente esté creando. Me mira y sus dedos por fin acarician ese punto duro y sensible, provocando que arquee el cuerpo para ir a su encuentro ardiendo por sentirlos donde tantas veces lo he anhelado… y apartando un cruel pensamiento que se refugia en mí: «¿Lo volveré a sentir? ¿Lo perderé antes?», preguntas que aparto, pues este instante es nuestro, no del futuro.
Mis ruegos no se hacen esperar, tras las caricias, la penetración llega y al menos dos dedos, seguros y firmes, se han adentrado en mí dejando que mi ser al completo se enfoque en la sensación. Las embestidas se hacen sucesivas y sin dudas, con jadeos y un tinte apresurado que para nada elimina la lujuria que crece sin límites.
Sin sacar los dedos, se deja caer junto a mí, recostándose a mi lado. Su boca se vuelve hipnótica, tan cerca, tan deseada. Puede que haya codiciado su cuerpo en secreto, pero su boca es la más anhelada. Antes no me ha permitido catarla como he querido siempre. Mi cuerpo está desnudo y, sin embargo, mi alma acaba de hacerlo cuando Eric me ha dejado sus labios cerca. Sé que lo ha visto, ha sentido la explosión en mi mirada y el ruego, ya que un beso tan esperado, como ese para mí, puede llevar al delirio.
Se acerca, despacio, conteniendo el aliento y negándome a beber de él. Toma aliento, y al soltarlo lo hace a la vez que se muerde el labio inferior, para luego dejarlo escapar tan condenadamente lento que no puedo evitar que los músculos de mi vagina palpiten de forma alocada entre penetración y penetración de sus dedos.
—Te has corrido en mi mano, he sentido la explosión, la he recogido, y es mía —expresa con voz ronca, haciéndome vibrar—. Ahora ha llegado el momento de tomar lo que me pertenece desde que posé mis ojos en ti.
—Si no me besas, me voy a desmayar —atropelladamente salen esas palabras de mis labios, con un tono que no reconozco y en el que se demuestra lo que quiero, más por él que por mis palabras.
—Eso es lo que deseas, pero será lo que más se haga esperar. Ese tiempo hasta que llegue ese ansiado contacto deberá ser en el instante preciso, primero voy a lograr que me lo des todo, y ahora voy a sentirte y a dominarte para hacerte mía… Mía.
Me voltea con decisión, manteniendo mis manos atadas por encima de la cabeza, y una vez estoy bocabajo, siento como se incorpora para dejarse caer todo lo largo que es sobre mi cuerpo, cubriéndome por completo… y casando perfectamente, con sus manos sobre mis hombros, sus piernas encerrando las mías, y su miembro fundido entre mis nalgas y presionando la entrada a mi centro. Su mano llega hasta ese punto y noto la humedad que ahora lo impregna, la lubricación que mi cuerpo ha creado y que sirve para humedecer permitir que la punta de su pene se abra paso. La sensación de dolor se extiende, pero lo justo para que la verga traspase el primer anillo.
El grito ha escapado, pero se detiene ahí.
—Te he entregado el cetro, y voy a coronarte… —susurra junto a mi oído.
Sale de mí, solo lo justo para darme la vuelta y volver a cubrirme. Es cuando mi deseo estalla y hago un esfuerzo para acogerlo, pero me evita con una sonrisa maliciosa.
—Cierra los ojos —dice, más como petición que como orden. He notado que el dominante deja ver al sumiso que hay en él, pero solo un atisbo—. Rápido, duro… será así. Te necesito… ya habrá tiempo de hacer un segundo asalto.
Mis párpados descienden pausados… para abrirse como platos en cuanto siento su miembro deslizarse sin dilación, y en ese punto, teniéndolo dentro de mí, sus labios se apoderan de los míos tragándose el éxtasis que me recorre. La sucesión de embistes comienza, frenética, dejándome disfrutar de cada roce, piel con piel, flujos unidos. Deseos. Anhelos. Locura y frenesí. Sin que el beso termine, sin que nuestras lenguas dejen de luchar, de atraparse. Sus manos se aferran a mis pechos, presionan los pezones y las lágrimas, de puro gozo, se desprenden, pero a su vez están mezcladas con las de impotencia por no poder tocarlo, mis manos siguen atadas.
Eric se retira un poco, lo suficiente para mirarme y verme en esa mezcla de amor-dolor y, al comprender, desata mis manos. El abrazo llega, completo, con brazos y piernas lo rodeo para pegarlo más a mí. No cesa en sus movimientos, sigue y sigue hasta que la explosión llega. Para entonces, solo algo queda por decir, pero es Eric el que lo pronuncia:

—Ahora ya puedo morir.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Palabras




Todo lo que de mí sale se expresa con la mirada, con gestos y sonidos, pero nada más.
Mi mente es un hervidero de ideas y todas ansían salir y ser expresadas… a pesar de ser imposible para mí.
Cada día me digo que debo salir de casa, disfrutar de mis otros sentidos, pero tan solo voy del trabajo a casa y de casa al trabajo. Raúl siempre intenta que quede con él, que salgamos a tomar algo, pero rehusar su ofrecimiento se ha convertido en una rutina: él alza el rostro, me mira, me sonríe y hace ese típico gesto de “vamos”, pero mi respuesta es la misma cada vez, negativa. Ante ella, él se encoge de hombros y no insiste, al menos ya no lo hace.
No me gusta sentirme impedida.
No quiero que me pregunten algo y no poder pronunciar una sola sílaba… bueno, eso lo puedo conseguir, aunque el resultado es bochornoso.
La operación fue bien en su momento y la recuperación también, no obstante… la secuela fue inevitable. Sin voz. ¿Y ahora qué? He hablado toda mi vida, y ¡tengo treinta y dos años! Es injusto.
—¿Otra vez compadeciéndote? —La voz de Raúl me sobresalta y le miro con el ceño fruncido para luego levantar los hombros—. Ana, tienes que salir. Por favor, que esto no es el fin de tu vida. ¿Y si vamos solos? Tú y yo en algún local tranquilo; prometo no llamar al grupo, ni hacerte ninguna encerrona —añade al ver mi expresión. Raúl me entiende como nadie, por eso me siento más cómoda con él.
Pienso su propuesta. Si estamos solos no tendré que hacer que ande dando explicaciones, ni traduciendo mis escasos gestos o palabras del lenguaje de signos, ese que “hemos” aprendido, aunque yo los use poco y acabe escribiendo todo o yéndome.
Asiento.
Sus ojos se abren mucho.
—¿En serio? ¿De verdad? —La alegría es notable en su tono—. Te prometo que no te arrepentirás. —Solo con eso ya hace que crea acertada mi elección.
Agarro un papel y dejo salir lo que siento:
“Sé que no lo haré. Tú me comprendes mejor que nadie”.
***
El texto que aparece me saca una sonrisa aún mayor.
—No te quepa duda. A las diez voy a buscarte. Te quiero arreglada y lista… —La veo fruncir el ceño—. Porque sí. Para un día que te convenzo no pretenderás salir del trabajo e ir tal cual, ¿no?
Me deleita con un gesto entre la conformidad y el pasotismo y gesticula un “como quieras”.
—Exacto. Yo decido. A las diez, ni un minuto más ni uno menos.
Me echa con un movimiento de la mano a lo que yo respondo con un vago saludo militar y me marcho sabiéndome victorioso… por ahora.

Diez en punto.
Tras quince minutos sentado en el coche haciendo tiempo, al fin es la hora.
—Estés lista o no, hoy no te me escapas.
Desde que la conocí solo he deseado estar con ella. Ana me cautivó a los veintiséis años, en el inicio de nuestras carreras administrativas. Hemos sido uña y carne… pero eso me hizo entrar de cabeza en la “zona amigos”. Insoportable. Inaudito. No lo aguanto.
Cuando el accidente la obligó a entrar en quirófano y la dejó sin voz, fue realmente doloroso. Verla llorar día sí y día también; saber que nunca volveré a oír su voz, que su risa se haya perdido… Pero para mí todo eso no es impedimento. Sé lo que quiero, y ella no se va a cerrar de nuevo. Hoy sale de ese pozo como que me llamo Raúl Fuentes Iglesias.
Toco el interruptor del telefonillo y pasan unos segundos eternos en los que me dedico a revisar mi ropa. Me he arreglado, aunque no en exceso.
Escucho el descuelgue del auricular.
—Soy yo.
A mi respuesta le sigue el sonido de apertura de la puerta del bloque. Subo los dos pisos que nos separan y en el umbral la hallo. Vestido de cóctel, medias tostadas y tacones. Si fuese un gato estaría ronroneando de puro gusto.
—Estás impresionante. Y el pelo suelto te queda fenomenal; deberías llevarlo así más a menudo.
El rubor tiñe sus mejillas y desecha mi cumplido sin más.
Me invita a pasar y se desliza tranquilamente hacia el salón. La sigo para penetrar en la sala y verla ataviarse con su guardapolvo beige y agarrar el bolso.
—¿Estás lista?
Asiente y vocaliza un “vamos” que no se traduce en sonido alguno y que provoca que la tristeza empañe sus ojos grises.
Trato de obviar el tema, lo dejo correr para que ella no le dé más importancia y evitar que esa pena aumente.
Nada más salir del piso pongo a su disposición al caballero que hay en mí, preparado solo para ella. Le ofrezco mi brazo, el cual ella acepta con media sonrisa; también la ayudo a acomodarse en el asiento y cierro la puerta con galantería.
El trayecto no es largo, pero la necesidad de estar con ella, de mirarla y disfrutar de su aspecto, esa hace que se me haga eterno.
***
Raúl está más nervioso y extraño de lo normal. Pero lo más doloroso para mí no es el hecho de sentirme impedida para expresar lo que pienso, sino el verme diferente, el no ser yo misma, y no ofrecer a los demás, a él, todo lo que soy.

Minutos más tarde ya estamos en el restaurante y acomodados, lo que me invita a relajarme y poder “expresar” lo que necesito, aunque sea a través de mi cuaderno.
Lo saco del bolso y lo sitúo abierto llamando la atención de Raúl sin pretenderlo.
“Estás diferente. ¿Sucede algo? ¿Quieres irte?”
—No. ¿Por qué crees eso? —expresa con los ojos muy abiertos.
Me encojo de hombros a modo de respuesta y echo un vistazo a la carta, una que no hace mucho me conocía como la palma de mi mano, pues solía venir mucho, antes de mi confinamiento autoimpuesto.
—¿Sabes lo que vas a tomar? —pregunta dejando correr la cuestión anterior.
Me ruborizo sin remedio y gesticulo para indicarle el número que he escogido. Él pasa por alto mi vergüenza y llama a la camarera, una pelirroja que ya he visto en alguna otra ocasión y que tiene una voz impresionante.
—Buenas noches. Hoy les atenderé yo, soy Carla. ¿Han elegido ya?
—Sí. Serán son números dieciséis y un veinticuatro para compartir. Y una botella del mejor vino que tengan.
Alzo las cejas interrogante y él, por respuesta, sonríe.
—Te dije que hoy sería especial y que lo pasaríamos bien. Estoy cumpliendo mi palabra. Sé qué vino es el que tienen y también que es tu favorito.
La camarera se marcha con la diversión pintada en el rostro.
El servicio esta noche es excelente, como siempre, y la velada transcurre entre monólogos por parte de Raúl y algún que otro garabato mío en la libreta; frases que no necesito concluir para obtener contestación, pues me entiende bien; sabe, incluso antes que yo, lo que quiero decir.
La noche ha sido de lo más agradable y él ha llevado a cabo su promesa…
—¿Raúl?
La mención de su nombre interrumpe cualquier pensamiento y la paz que tenía ganada.
—Oh, Marisa. Cuánto tiempo. ¿Cómo estás? —saluda él, diría, un tanto incómodo.
—Muy bien, aunque echándote de menos —añade mirándome por encima del hombro con gesto altanero.
—No seas dramática. —Sus palabras están destinadas a quitarle importancia a las de ella, pero no funciona.
—Para nada, no exagero. ¿Quién es ella? —interroga señalándome—. Yo soy Marisa Fernández, ¿y tú?
De manera automática respondo… o lo intento, pues solo un breve gemido escapa de entre mis labios haciéndome sentir la humillación correspondiente. La carcajada de la rubia sobre tacones de quince centímetros es oída en todo el restaurante.
—¿Qué pasa, te ha comido la lengua el gato? —me suelta—. En serio, ¿con esta?, ¿por ella me abandonaste?
Frunzo el ceño, sin poder evitarlo, y la sangre me hierve. Me encantaría soltarle cuatros verdades y largarme, pero solo me levanto… y la mano de Raúl me frena.
—No te vayas. Esto lo arreglo yo.
—¿Qué pasa, que no tiene boca para defenderse ella sola?
Si las palabras de Raúl me habían frenado, las de ella… Niego y me suelto bruscamente de su agarre.
—Ana, espera. No te marches.
Él trata de seguirme pero me giro y pongo las manos al frente, deteniéndole. No quiero que venga, no deseo volver a pasar por esto.
—No pienso dejar que te vayas.
—¿Ana? —suelta la tal Marisa, la que recuerdo como su ex—. Así que estaba en lo cierto, es ella.
Raúl la encara echando humo. Su enfado es monumental, lo sé, lo conozco.
—¡Sí! ¡Es ella!
Sus palabras me dejan sin saber y con la necesidad de alguna otra explicación. Toco su brazo, para llamar su atención. Él se vuelve y me mira.
—Lo siento. Te prometí que no pasaría esto. —El abatimiento en su mirada me hace sentirme como un mal bicho. No puedo estar siempre así, haciéndole daño con mis recriminaciones, aunque no sean pronunciadas en alto.
***
Por favor que no se vaya, que la superficial de Marisa no lo estropee…
—No te marches.
—¿Y tú desde cuándo ruegas nada? ¿Y esta zorrita por qué no se defiende sola?
La chispa del enfado cruza el rostro de Ana y la respuesta de sus labios sale… sin más sonido que el de dos roncos gemidos entrecortados. En cuanto se da cuenta, cierra los ojos con fuerza pero se mantiene ahí.
La furia surca mis venas ante la carcajada de Marisa.
—De modo que es cierto. Lo siento por ti, Raúl, pero has salido perdiendo. Esta muñeca rota jamás te dará lo que yo sí puedo. Lástima. Bueno, me voy. Adiós, muñeca rota.
Su tono me hace explotar.
—¡Basta! Como vuelvas a hablar así de ella… Ana es mucho mejor que tú en todo y aunque nunca tenga la oportunidad de oír de nuevo su melodiosa voz, seguirá siendo la mujer de mi vida.
***
Sus palabras hacen que mis ojos se explayen y mi corazón se desboque. ¿La mujer de su vida?
La rubia nos da la espalda con aires de grandeza y se va por donde vino.
—Ana, perdóname —dice—. Esto no ha salido como quería. No es justo. Y no se te ocurra pensar que eres eso, nunca serás una muñeca rota.
Niego al borde de las lágrimas. Sí que estoy rota. Ya nunca seré la misma.
—No, no. Ana, por favor. —Cierra los ojos y los abre de nuevo dando un paso al frente, buscando mi mirada—. Ana, te amo. Te amo desde el primer momento en que te vi.
Su confesión hace que las primeras lágrimas crucen mi rostro.
Digo que no, reacia a creerle. Las palabras mudas salen de mis labios.
—“¿Y ella? No puedes quererme. ¡Estoy rota!”
No hay sonido, tal vez algún siseo. Nunca más habrá ninguno saliendo de mí.
—No digas eso, jamás.
—“No he dicho nada.”
—No puedes engañarme, a mí no.
Soy incapaz de soportarlo. La necesidad de estar en casa, sola, impera por encima de todo lo demás.
Me doy la vuelta pero su mano se aferra a la mía.
—Te digo que te amo… ¿y te vas?
No puedo responder a eso. No puede amarme. No se merece a alguien como yo. Él tiene demasiada luz y alegría; sin risas… no será feliz.
Las lágrimas recorren mi piel y su mano se aventura a restañarlas, pero rehuyo por miedo a su contacto, a perderme en él y no ser capaz de apartarme. Que me ame es más de lo que nunca soñé. Hace años que somos amigos, años desde que rompió con su novia, a la que ahora conozco, y la verdad es que me alegra que la dejara… pero ¿por mí? Eso no está bien. Él merece mucho más.
Me suelto de su agarre y salgo corriendo, rezando para que no me siga. Ha llegado el momento de cambiar de vida, de aceptar mi nueva condición… y no es aquí, ni junto a él.
***
Tres días, setenta y dos horas y un millar de preguntas. Tiempo de sobra para ir a exigirle que me las responda. Ella no tiene derecho a decidir por mí, y estoy seguro de que eso es justamente lo que pretende.
Sé que no son horas, que las doce y cuarto de la noche no es el mejor momento del día para esto… Da igual. Me niego a seguir esperando.
Por suerte para mí, el portal lo encuentro abierto, de modo que subo los dos pisos y llamo con insistencia. Oigo su tropiezo y sé que en su mente anda maldiciendo por haber vuelto a dejar el paraguas en medio. Pasan unos segundos eternos y pienso que ha usado la mirilla y que no quiere abrir para enfrentarse a mí, pero tengo un as en la manga… bueno, en realidad son las llaves.
Saco el juego que me dejó para casos de emergencia y, en cuanto introduzco la llave en la cerradura, la puerta se abre y la mujer de mis sueños aparece en el umbral con su pijama de raso negro y la bata a juego abierta. Al seguir la inspección hallo su ceño fruncido.
—Estaba claro que no me ibas a abrir, así que… —digo mostrando el llavero.
Por toda respuesta ella se da la vuelta y se introduce en el salón, al cual la sigo decidido a zanjar esto.
—Te he dado tiempo. No quería presionarte, pero es hora de que hablemos.
Me mira con mala cara y luego señala el reloj.
—Ya sé la hora que es, pero no has venido a verme ni has aparecido por el trabajo. —Hago una pausa antes de seguir—. Te mostré lo que siento y creo que no me eres indiferente… ¿o sí?
Sus ojos están serios y no se apartan de los míos. El tiempo se extiende entre ambos y pienso que no va a responder.
***
¿Indiferente? Llevo tres días llorando por temor a perderlo, ¿cómo me va a ser indiferente?
Solo atino a negar.
—Entonces… ¿has pensado en lo que te dije?
Vocalizo un sí que hace que su mirada color miel, esa que ahora está ansiosa y a la espera, me derrita el corazón; en ella hay esperanza… una que no puedo alimentar más.
Me acerco hasta la mesita y cojo el cuaderno y un boli y escribo:
“Lo he pensado y he sufrido. No quiero perderte, pero no puedo darte una vida incompleta. Yo estoy rota, y ya sé que no quieres oírlo… o leerlo, y sin embargo es así. Si no puedes o no quieres volver a verme, lo entenderé. Incluso he pedido traslado en el trabajo, dentro de poco habré salido de tu vida. Te quiero, pero no puedo darte más que mi sincera amistad.”
Cuando acabo, me giro para darle la hoja y veo lágrimas empañando su mirada.
Es por su bien, me repito; estará mejor sin mí… pero…
—No puedes decidir por mí, pero es tarde y sé que hoy no voy a lograr nada. Solo quiero que tengas en cuenta una cosa, que nadie, jamás, te querrá ni te conocerá como yo. Te seguiré esperando, ya tengo experiencia; no tardes demasiado.
Se da media vuelta y se dirige a la puerta; sin embargo, a mitad de camino me mira.
—No —suelta—. Has puesto más límites de los que soy capaz de soportar. —A grandes zancadas atraviesa la estancia y al llegar a mí me agarra por los brazos y enfrenta mi mirada, esa que estaba a punto de ahogarse por el esfuerzo de desechar todo lo que esconde—. No huyas más.
Me atrae, me pega a él a la vez que se apodera de mis labios. Un beso abrasador y exigente que no tardo en devolver. Uno que manda al traste todas mis defensas.
El tiempo discurre en el calor del momento, uno en el que sus manos recorren mi cuerpo con el ansia, el hambre, hambre de mí.
—Dime que me quieres —susurra entre besos—. Dime que no me apartarás —añade—. Deja que yo sea el que decida, el que hable por los dos, aunque solo sea por esta vez. —Se aparta y me mira—. Estuve a tu lado cuando rompiste con Roberto, protegí tu corazón y lo acuné; dejé a Marisa porque me enamoré de ti, lo hice cuando tu voz aún no se había apagado y lo hubiese hecho aunque en aquel entonces no la hubieses tenido. Eres la mujer de mi vida.
Le aparto con suavidad y me dirijo de nuevo al cuaderno.
—Di algo, por favor.
Me agacho junto a la mesa de café y escribo:
“Y tú el hombre de la mía.”


domingo, 1 de febrero de 2015

Dos proyectos inolvidables

Estas Navidades he tenido el placer y privilegio de llevar a término dos nuevos proyectos de la mano de Encarni Arcoya.

El primero ha sido "7 Deseos como regalo de Navidad".

Sinopsis: Siete amigos. Siete deseos. Siete corazones que verán cumplidos sus anhelos más íntimos. Victoria, Jarel, Sury, Malcolm, Shamira, Noel, Linda... ¿Quién será tu favorito?


 http://www.amazon.es/Deseos-Navidad-Encarni-Arcoya-Alvarez/dp/1505557917/ref=sr_1_4?ie=UTF8&qid=1422799404&sr=8-4&keywords=tamara+bueno


"Once sueños en Navidad" es el otro trabajo que se ha llevado a cabo.

Sinopsis: Despierta, peque. Es hora de que estos once sueños te lleven de viaje a mundos desconocidos. ¿Te lo vas a perder? Realizado por: Petra Dindinger, Natalia Ramos, Tamara Bueno, Freya Asgard, Miren E. Palacios, Haimi Snown, Genny Álvarez, Mar Lamas, Naitora McLine, Encarni Arcoya Álvarez, Javier García


http://www.amazon.es/suenos-Navidad-Encarni-Arcoya-Alvarez/dp/1505358868/ref=sr_1_3?ie=UTF8&qid=1422799404&sr=8-3&keywords=tamara+bueno